"Days go by like the wind and this life is too short" The Rasmus

miércoles, 11 de diciembre de 2019

La Hora del Café -A8-

Hace mucho que me he perdido del blog, si tú lees y te gusta la historia, no te olvides de dejarme un comentario, eso aviva las ganas de publicar y escribir...es la gasolina de un ficker. 






Hora 07:00

-Kau-

Hace un tiempo atrás,  solía celebrar con mucho entusiasmo, las diferentes fechas festivas del año; inclusive mi cumpleaños, pero poco a poco fui perdiendo el interés en todas esas fechas, salvo una en especial; el día de San Valentín.
No era especial por el simple hecho de ser una fecha de amor, sino, que también era de amistad  con las personas que estaban cerca de uno.
Tenía ya días sin saber nada del Señor Conejo, y se acercaba el día de fiesta, solo tal vez se acordaba y venía a mí, pero lo más probable era que no, no porque no quisiera, quería creer, sino, porque otras cosas ocupaban su mente, otras cosas que ocupaban más su atención, pero en esta ocasión no sería yo quien iría a buscarlo para celebrar.
Si no venía era por algo, y si yo no iba, era simplemente porque el camino hasta el fondo del bosque ahora era demasiado lejos, o esa excusa me decía para no ir hasta donde estaba él, porque querer era poder.
Quería ir, verlo, saludarlo y celebrar con él no una fecha de amor, no para él, sino una fecha de amistad que era mutuo el afecto.



***


El día llegó. Los minutos, las horas pasaron y él no vino, lo esperé todo el día, no he de mentir, sentada en el buro de mi ventana, viendo pasar las nubes frente a mi ventana, viendo caer los copos de nieve uno tras otros, y él jamás llegó.
En el fondo de mi corazón siempre supe que nunca vendría, o bien porque le diera igual o tal vez solo se olvidó de felicitarme, pero saber las cosas o creer que pasaran, no es lo mismo a ver que de verdad se hacen realidad; es difícil. Es como cuando dicen, “está haciendo frío afuera”, te abrigas porque ya lo sabes, pero aún no lo sientes, y es solo cuando sales que afrontas la realidad, del frío del ambiente.
El sol se fue y con ello solo vino la luna hacerme compañía. Sabia Señor Conejo era alguien solitario, ausente, que un día venía dándome calor y al otro frio, lo sabía, sí que lo sabía y muy bien, y no pasaba nada; en los días normales, pero días como estos, se sentía más fuerte su frialdad.

Al día siguiente, al primer rayo de sol, se presentó Señor Conejo, algo serio, mucho más serio que de costumbre. Se sentó en su silla favorita viéndome fijamente, mientras yo aún seguía recostada en mi cama, con mis colchas encima.
Sus orejas estaban acostadas hacia atrás, no se le veía el mismo entusiasmo que tenía siempre que venía, sus ojos estaban apagados; sin luz, solo me miraba, penetrando mi aura, lastimándome su semblante taciturno.
 – ¿Ayer por qué no apareciste?, te estuve esperando, no me felicitaste- concluyó en una voz queda, y pausada, como si las palabras pesaran 1 tonelada. –mis oídos no daban crédito a lo que había escuchado, parecía que tanto él como yo, nos habíamos quedado esperando que el otro hiciera algo y ninguno de los dos hizo nada.
Mi alma sonrió. Me puse en pie, avanzando hasta él, para agacharme y colocarme a su nivel y poder verlo a los ojos. – ¡Yo también!, te estuve esperando, como no tienes una idea. – Me acerque más, hasta poder tocarlo, me incline hasta su rostro y le di un beso en la mejilla. – Feliz Día de San Valentín Señor Conejo, para nosotros todos los días serán de celebrar esa fecha, así que no pasa nada si ayer ninguno dijo algo-.

En el transcurso de su visita, hicimos nuestra rutina sagrada, hasta que la noche llegó. Obviamente no quería que se marchara no solo porque deseaba se quedara a mi lado, sino porque el clima no estaba muy bien afuera, pero no le diría nada.
No hizo falta que abriera la boca para poder expresarle mi deseo, creo mi rostro era un reproductor de mis palabras, porque dijo no tenía intención de marcharse, por el contrario quería dormir; en mi cama, conmigo, dándonos calor mutuamente en este gélido invierno, y también para  el invierno de su corazón





jueves, 28 de febrero de 2019

La Hora del Café -A7-

Feliz Nuevo Año, aunque un poco tarde mis felicitaciones. Les agradezco a todos los que leen anonimamente y a la que no; Magda :) que siempre deja un comentario, gracias por eso, no sabes lo bonito que es saber que alguien deja un mensaje después de leer.


@conigliooooo


La navidad había llegado en un abrir y cerrar de ojos, la época más esperada por todos. Me gustaba el ambiente festivo que rondaba en todo el bosque, las aves solían cantar con más entusiasmo que de costumbre, o bueno era lo que sentía al escucharlas. Las flores parecían tener más vivos sus colores, haciendo que mi jardín no tuviera que envidiarle nada al de Alicia en el País de las Maravillas.

Mí amado árbol de cerezo, cuyas flores eran pequeños pétalos que si los doblabas parecían la mitad de un corazón, estaban de un rosado de ensueño, me instaba a querer pasar bajo su sombra todo el día, y maravillarme con el placer que podía contemplar, aunque por los momentos sola.

Señor Conejo como era de costumbre, venia esporádicamente, ya no podía adivinar que día vendría, porque ahora se tardaba más, y más, cada día mas, claramente la añoranza crecía y crecía, pero en el fondo me hacía feliz que el anduviera por ahí, siendo libre y volviendo a mi cuando deseara mi compañía.

No recordaba la última hora del café que habíamos tenido, porque el tiempo se había vuelto relativo; me parecían milenios, cuando en realidad solo a lo mucho unos 5 días ya de su última venida. No estaba triste, mis días seguían su rumbo, hacia las cosas que de costumbre solía hacer: contemplaba mis flores, mis árboles, los atardeceres, y tomaba café sola.

Sí bien era el mismo café que solía beber con Señor Conejo, por alguna razón sabia diferente sin su presencia, era como si él fuese la azúcar que le daba el dulzor a mi bebida, y sin él, solo era agua con color, que no lo descubrí, hasta que el volvió a mí.

Tiempo atrás acostumbraba solo beber café cuando él llegaba, pero cuando sus venidas se fueron haciendo más y más lejanas, tuve que empezar a beberlo sola, y entonces llegó de pronto un día, nos sentamos debajo del árbol de cerezo; al ocaso del sol, y el primer sorbo de café que tomé, me supo a café… con dos cubitos de felicidad.

Él me hacía ver que le aportaba un cubito de felicidad extra, a todo lo que estaba cercano a él. No es que estaba triste sin él, solamente normal, tranquila, sin nada que hiciera acelerar mi tranquilo corazón, que me hiciera sentir que sus cubitos de felicidad, era algo que no sabía que me faltaban, que las cosas eran dulces sin él, pero con él, la dulzura de la vida se multiplicaba.

No sabía por qué el de su venir cada día con mas distancia, no le quería preguntar, quería que si tenía algo que compartir, lo hiciera porque así lo deseaba, no porque se lo preguntara, y si no deseaba  contar nada, entonces no era quien para enterarme.

El invierno estaba pronto a llegar, lo podía notar en el cambio del aire, se sentía tan pero tan refrescante en pleno mediodía que era casi una delicia, y también lo hacían los animales. Los pajaritos solían abarrotar por completo los arboles alrededor de mi casa, los venados se atrevían a pasar corriendo a lo largo de mi hogar más seguido, muchos más animales se estaban haciendo visible, a lo mejor para prepararse para el invierno, o tal vez solo estaban como yo, disfrutando del maravilloso clima.
Cierto día, de la misma semana previa al inicio del invierno, llegó Señor Conejo, se avecinaban fechas festivas, en medio del invierno y sabía muy bien  se refugiaría en su madriguera; a unos metros de distancia y no conmigo, como hubiese deseado.
Hice la rutina de siempre en modo automático, fui a  la cocina, prepararé nuestro café, lo serví en nuestras tazas especiales, abrí un paquete de galletas con cubierta de chocolate y subí a mi habitación. Él estaba sentado al pie de la ventana, con la vista perdida en el horizonte.

Me preguntaba porque volvía, a veces lo tenía claro, o pensaba que así lo hacía, pero en otras ocasiones no sabía el porqué de su volver, aunque pasaran más días, y creyera que no volvería, él lo hacía; sorprendiéndome, así como hoy, ya ni recordaba de la última vez que había vuelto a mi casa, pero se sentían milenios en mi corazón.

-El invierno está cada vez más cerca- dije en voz alta, sacándolo de sus pensamientos al instante. Volteó su cabecita peluda blanca y me miró. Me acerqué a la ventana y le ofrecí lo de siempre, donde siempre. Él me sonrió de una manera que la sonrisa le llegó hasta los ojos, y eso valía más que mil palabras.

Continúe hablando mientras me sentaba a su lado en mi silla. –Quiero adelantarme y ser la primera que te desee feliz año nuevo Señor Conejo.- él dejó su café a un lado para ponerme total atención. – Quiero que este nuevo año bailes conmigo en la oscuridad, sin miedo a tropezar, y caer, porque si eso llegase a pasar, yo te ayudaría a ponerte en pie.- Señor Conejo estaba enmudecido, su rostro era un poema, no vi su intención de interrumpirme por lo que continué. – Quiero que dejes atrás el miedo que tienes de mí, y puedas confiar plenamente, porque siento, eso te aleja cada día que pasa más de mi lado, no sé si es así, pero es lo que siento.


Solo entonces él habló. – Yo confío en ti Kau, no malinterpretes cuando me alejo, simplemente soy así, un día estoy al otro no estoy.
Era tan cierto lo que decía, un día estaba pero muchos días  no, y al final del mes, eran más los días que no estaba que los que sí, y no era algo que remarcar en letras de neon, pero ambos lo sabíamos, y ambos continuábamos hasta que un día todo terminaría, y se desvanecería entre nosotros.
No me terminé de tomar el café, por alguna razón ya no me sabía a ese su sabor, sino era agua simple con color. Lo vi marcharse desde la entrada de mi casa, no sabía cuándo volvería, ni me atrevía a preguntar, porque era condicionar a que me diera una fecha que tal vez no iba a querer, pero por cumplir volvería, y que volviese por deber mejor que no lo hiciese.

***

La nieve comenzó a caer, día tras día, mis amadas flores todas estaban del mismo color ahora, ya no había más grama verde por la cual caminar, ahora todo era blanco, hasta el sol ya no era igual; su luz era opaca, pero no me podía dejar de contaminar por el aura depresiva del ambiente, así que comencé a hacer mi propio jardín en mi habitación.
Tomé hojas de papel de todos los colores que encontré y comencé hacer rosas de origami. Me tardé aproximadamente 4 días en terminar de hacer más de 1 docena de cada color. Fui a buscar luces de las que poníamos en el árbol de navidad, para iluminar mi cuarto y darle vida, ya que era muy difícil tratar de ver eso afuera.

Había conseguido varias cortinas de luces blancas, que las colgué por todo mi cuarto, las rosas de origami de todos colores, las fui intercalado con las luces, las tiré en el piso, pegué unas cuantas en conjunto para simular ramos,  puse uno en el baño, en la sala, en la cocina y muchos en mi habitación, parecía como si la primavera hubiese vuelto.

Primavera en mi habitación.

Invierno en el exterior.

Pero mi corazón… era una mezcla de los dos en esos momentos.

Un día de pronto, lo vi llegar en plena tormenta. Se había empapado totalmente, su pelaje ya no era blanco sino negro por el lodo, y todo su cuerpo temblaba a causa del frio. Inmediatamente fui a preparar café. Lo sequé con mi toalla, y lo abracé para darle mi calor. Podía sentir como aun temblaba contra mi pecho, a pesar de todas las colchas que tenía.

No sé por cuánto tiempo más tembló, pero cuando lo dejó de hacer pude respirar tranquila. Aun seguíamos abrazados  a pesar de que ya había entrado en calor, pero ni él ni yo queríamos separarnos, no me molestaba tenerlo así, y a él tampoco al parecer.

Nos quedamos dormidos unas cuantas horas, hasta que él me despertó y me insto a salir. Me abrigué y como pude a él también. Comenzamos a caminar sin rumbo fijo pensé, por muchas millas a través de la calle principal que estaba a las afueras del bosque.
Era raro que usáramos esa vía, pero no dije nada y lo seguí.

Llegamos al puente, que conectaba la ciudad con mi isla, nos detuvimos frente la barandilla, contemplando las luces lejanas de todos los edificios en plena noche de invierno, se acercó más a mí, abrazándome completamente y susurrando a mi oído dijo:
- Sé que amas los colores de la primavera, pero estamos en invierno y será uno muy largo, así que mi regalo es este, mi pequeña, una breve ilusión en medio de la noche en este invierno, una primavera artificial hecha por esas luces fabricadas  y mi compañía.

Las palabras para agradecerle estaban atoradas en mi garganta, sin poder articular ninguna de ella, quería hacerlo pues rara vez hacia cosas como estas, su acto valía más que cualquier cosa, que cualquier palabra, que cualquier olvido, estaba completamente anonadada nunca me imaginé que él saldría casi a la ciudad.

Nunca  hubiese pensado que estábamos caminado hacia mi obsequio, o bueno lo que él decía era, porque mi regalo lo había recibido desde el día que lo conocí, a lo que solo pude abrazarlo más fuerte sin querer soltarme y que él no me soltara no por ahora.























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