"Days go by like the wind and this life is too short" The Rasmus

jueves, 28 de febrero de 2019

La Hora del Café -A7-

Feliz Nuevo Año, aunque un poco tarde mis felicitaciones. Les agradezco a todos los que leen anonimamente y a la que no; Magda :) que siempre deja un comentario, gracias por eso, no sabes lo bonito que es saber que alguien deja un mensaje después de leer.


@conigliooooo


La navidad había llegado en un abrir y cerrar de ojos, la época más esperada por todos. Me gustaba el ambiente festivo que rondaba en todo el bosque, las aves solían cantar con más entusiasmo que de costumbre, o bueno era lo que sentía al escucharlas. Las flores parecían tener más vivos sus colores, haciendo que mi jardín no tuviera que envidiarle nada al de Alicia en el País de las Maravillas.

Mí amado árbol de cerezo, cuyas flores eran pequeños pétalos que si los doblabas parecían la mitad de un corazón, estaban de un rosado de ensueño, me instaba a querer pasar bajo su sombra todo el día, y maravillarme con el placer que podía contemplar, aunque por los momentos sola.

Señor Conejo como era de costumbre, venia esporádicamente, ya no podía adivinar que día vendría, porque ahora se tardaba más, y más, cada día mas, claramente la añoranza crecía y crecía, pero en el fondo me hacía feliz que el anduviera por ahí, siendo libre y volviendo a mi cuando deseara mi compañía.

No recordaba la última hora del café que habíamos tenido, porque el tiempo se había vuelto relativo; me parecían milenios, cuando en realidad solo a lo mucho unos 5 días ya de su última venida. No estaba triste, mis días seguían su rumbo, hacia las cosas que de costumbre solía hacer: contemplaba mis flores, mis árboles, los atardeceres, y tomaba café sola.

Sí bien era el mismo café que solía beber con Señor Conejo, por alguna razón sabia diferente sin su presencia, era como si él fuese la azúcar que le daba el dulzor a mi bebida, y sin él, solo era agua con color, que no lo descubrí, hasta que el volvió a mí.

Tiempo atrás acostumbraba solo beber café cuando él llegaba, pero cuando sus venidas se fueron haciendo más y más lejanas, tuve que empezar a beberlo sola, y entonces llegó de pronto un día, nos sentamos debajo del árbol de cerezo; al ocaso del sol, y el primer sorbo de café que tomé, me supo a café… con dos cubitos de felicidad.

Él me hacía ver que le aportaba un cubito de felicidad extra, a todo lo que estaba cercano a él. No es que estaba triste sin él, solamente normal, tranquila, sin nada que hiciera acelerar mi tranquilo corazón, que me hiciera sentir que sus cubitos de felicidad, era algo que no sabía que me faltaban, que las cosas eran dulces sin él, pero con él, la dulzura de la vida se multiplicaba.

No sabía por qué el de su venir cada día con mas distancia, no le quería preguntar, quería que si tenía algo que compartir, lo hiciera porque así lo deseaba, no porque se lo preguntara, y si no deseaba  contar nada, entonces no era quien para enterarme.

El invierno estaba pronto a llegar, lo podía notar en el cambio del aire, se sentía tan pero tan refrescante en pleno mediodía que era casi una delicia, y también lo hacían los animales. Los pajaritos solían abarrotar por completo los arboles alrededor de mi casa, los venados se atrevían a pasar corriendo a lo largo de mi hogar más seguido, muchos más animales se estaban haciendo visible, a lo mejor para prepararse para el invierno, o tal vez solo estaban como yo, disfrutando del maravilloso clima.
Cierto día, de la misma semana previa al inicio del invierno, llegó Señor Conejo, se avecinaban fechas festivas, en medio del invierno y sabía muy bien  se refugiaría en su madriguera; a unos metros de distancia y no conmigo, como hubiese deseado.
Hice la rutina de siempre en modo automático, fui a  la cocina, prepararé nuestro café, lo serví en nuestras tazas especiales, abrí un paquete de galletas con cubierta de chocolate y subí a mi habitación. Él estaba sentado al pie de la ventana, con la vista perdida en el horizonte.

Me preguntaba porque volvía, a veces lo tenía claro, o pensaba que así lo hacía, pero en otras ocasiones no sabía el porqué de su volver, aunque pasaran más días, y creyera que no volvería, él lo hacía; sorprendiéndome, así como hoy, ya ni recordaba de la última vez que había vuelto a mi casa, pero se sentían milenios en mi corazón.

-El invierno está cada vez más cerca- dije en voz alta, sacándolo de sus pensamientos al instante. Volteó su cabecita peluda blanca y me miró. Me acerqué a la ventana y le ofrecí lo de siempre, donde siempre. Él me sonrió de una manera que la sonrisa le llegó hasta los ojos, y eso valía más que mil palabras.

Continúe hablando mientras me sentaba a su lado en mi silla. –Quiero adelantarme y ser la primera que te desee feliz año nuevo Señor Conejo.- él dejó su café a un lado para ponerme total atención. – Quiero que este nuevo año bailes conmigo en la oscuridad, sin miedo a tropezar, y caer, porque si eso llegase a pasar, yo te ayudaría a ponerte en pie.- Señor Conejo estaba enmudecido, su rostro era un poema, no vi su intención de interrumpirme por lo que continué. – Quiero que dejes atrás el miedo que tienes de mí, y puedas confiar plenamente, porque siento, eso te aleja cada día que pasa más de mi lado, no sé si es así, pero es lo que siento.


Solo entonces él habló. – Yo confío en ti Kau, no malinterpretes cuando me alejo, simplemente soy así, un día estoy al otro no estoy.
Era tan cierto lo que decía, un día estaba pero muchos días  no, y al final del mes, eran más los días que no estaba que los que sí, y no era algo que remarcar en letras de neon, pero ambos lo sabíamos, y ambos continuábamos hasta que un día todo terminaría, y se desvanecería entre nosotros.
No me terminé de tomar el café, por alguna razón ya no me sabía a ese su sabor, sino era agua simple con color. Lo vi marcharse desde la entrada de mi casa, no sabía cuándo volvería, ni me atrevía a preguntar, porque era condicionar a que me diera una fecha que tal vez no iba a querer, pero por cumplir volvería, y que volviese por deber mejor que no lo hiciese.

***

La nieve comenzó a caer, día tras día, mis amadas flores todas estaban del mismo color ahora, ya no había más grama verde por la cual caminar, ahora todo era blanco, hasta el sol ya no era igual; su luz era opaca, pero no me podía dejar de contaminar por el aura depresiva del ambiente, así que comencé a hacer mi propio jardín en mi habitación.
Tomé hojas de papel de todos los colores que encontré y comencé hacer rosas de origami. Me tardé aproximadamente 4 días en terminar de hacer más de 1 docena de cada color. Fui a buscar luces de las que poníamos en el árbol de navidad, para iluminar mi cuarto y darle vida, ya que era muy difícil tratar de ver eso afuera.

Había conseguido varias cortinas de luces blancas, que las colgué por todo mi cuarto, las rosas de origami de todos colores, las fui intercalado con las luces, las tiré en el piso, pegué unas cuantas en conjunto para simular ramos,  puse uno en el baño, en la sala, en la cocina y muchos en mi habitación, parecía como si la primavera hubiese vuelto.

Primavera en mi habitación.

Invierno en el exterior.

Pero mi corazón… era una mezcla de los dos en esos momentos.

Un día de pronto, lo vi llegar en plena tormenta. Se había empapado totalmente, su pelaje ya no era blanco sino negro por el lodo, y todo su cuerpo temblaba a causa del frio. Inmediatamente fui a preparar café. Lo sequé con mi toalla, y lo abracé para darle mi calor. Podía sentir como aun temblaba contra mi pecho, a pesar de todas las colchas que tenía.

No sé por cuánto tiempo más tembló, pero cuando lo dejó de hacer pude respirar tranquila. Aun seguíamos abrazados  a pesar de que ya había entrado en calor, pero ni él ni yo queríamos separarnos, no me molestaba tenerlo así, y a él tampoco al parecer.

Nos quedamos dormidos unas cuantas horas, hasta que él me despertó y me insto a salir. Me abrigué y como pude a él también. Comenzamos a caminar sin rumbo fijo pensé, por muchas millas a través de la calle principal que estaba a las afueras del bosque.
Era raro que usáramos esa vía, pero no dije nada y lo seguí.

Llegamos al puente, que conectaba la ciudad con mi isla, nos detuvimos frente la barandilla, contemplando las luces lejanas de todos los edificios en plena noche de invierno, se acercó más a mí, abrazándome completamente y susurrando a mi oído dijo:
- Sé que amas los colores de la primavera, pero estamos en invierno y será uno muy largo, así que mi regalo es este, mi pequeña, una breve ilusión en medio de la noche en este invierno, una primavera artificial hecha por esas luces fabricadas  y mi compañía.

Las palabras para agradecerle estaban atoradas en mi garganta, sin poder articular ninguna de ella, quería hacerlo pues rara vez hacia cosas como estas, su acto valía más que cualquier cosa, que cualquier palabra, que cualquier olvido, estaba completamente anonadada nunca me imaginé que él saldría casi a la ciudad.

Nunca  hubiese pensado que estábamos caminado hacia mi obsequio, o bueno lo que él decía era, porque mi regalo lo había recibido desde el día que lo conocí, a lo que solo pude abrazarlo más fuerte sin querer soltarme y que él no me soltara no por ahora.























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