Ha sido un largo camino el del señor conejo, y por primera vez, se podrá ver que es lo que realmente él piensa.
PD. Gracias Magda por siempre leer
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@conigliooooo |
-Señor Conejo-
Sé debería ser más atento con Kau; ella
se lo merecía, siempre era tan linda conmigo, me recibía con el alma abierta
cada vez que llegaba, y sé que iba cada vez más esporádicamente, no porque lo
planease así, sino que así se daban las cosas.
También sé que el día que me corra de
su casa, simplemente me marchare, porque razones de sobra tendría para hacerlo,
no porque hiciese cosas indebidas moralmente hablando, sino porque era tan
raro; que yo mismo alejaba a los demás.
¿La extrañare?, claro que por supuesto
que así lo haré, pero entonces la recordare; tomando café, no sé si será igual,
o como dice ella, no sé si tendrá esos cubitos de felicidad extra que le aporta
a mi vida, así como yo le aporto a la suya, simplemente no lo sé aun.
¿Qué era ella para mí?, no lo sabía,
estaba lleno de no lo sé, por lo que veo, pero lo que sí sabía, es que era más
que una amiga; era ese extra de felicidad que le aportaba a mis días cuando
estaba con ella.
No sé si me alejaba tanto, para no
lastimarla y hacerle perder ese brillo que captaba y me atraía de ella, aunque
en el fondo, sí sabía que mis ausencias la volvían a veces un poco resentida y
eso no me gustaba. Me agradaba que casi siempre me recibía como si no tuviera
memoria alguna, y así olvidase todo el tiempo que la había tenido en el
abandono.
Pero ¿por qué la abandonaba tanto?, al
grado que lo sabía, y solo me disculpaba luego.
Quería recompensarla, por lo tierna,
romántica y atenta que ha sido conmigo todo este tiempo, por lo que aguardé en
mi madriguera a que pasara el invierno para volver a su casa, y mostrarle mi
agradecimiento
El buen clima llegó al fin, y junto a
eso mi recompensa para Kau. Había pedido
prestado a Señor Toro su automóvil, para poder llevarla al otro lado de la
ciudad; el cual no conocía y esperaba ella tampoco. Me prepare con alimentos
que eran de su fascinación y agregue unos cuantos míos, pues ambos debíamos
comer lo que más nos gustaba.
No sabía a ciencia cierta si le iba a
gustar un picnic a la orilla de la ciudad, ya que siempre pasábamos en el
bosque comiendo y platicando, sería diferente para ambos cambiar el ambiente
que nos rodearía.
En la segunda mañana del verano, guardé
todo en la parte de atrás de la camioneta tono champan, y me dispuse a su
búsqueda. Los bigotes de mi rostro no paraban de moverse, era evidente que
estaba un poco nervioso, pero contento. Sabía le encantaría mi sorpresa, pues
rara vez tenía detalles con ella, pero desde el último que hice y tras ver su
reacción, quede maravillado, nunca había visto ese semblante en kau y me
cautivo.
El rugir del carro la alertó de una presencia
ajena a su rutina, pues estaba en el jardín mucho antes de que apagara el
motor.
Sus grandes ojos café estaban como
plato, al verme llegar en algo muy diferente al andar de mis propios pies, era
complicado conducir, pero no imposible y con los trucos que había aprendido de
Señor Toro en una noche, serían más que suficientes.
Me bajé rápidamente del vehículo, para
saludarla propiamente y deleitarme con su presencia, pero el agasajado fui yo,
cuando escuché sus palabras.
– ¡Bienvenido seas! – sus ojos se volvieron
una línea y su sonrisa; la más grande que podría mostrarme, al tiempo que
ladeaba su cabeza, abriéndome sus brazos para un abrazo que no sabía deseaba,
hasta que estuve entre ellos, y se sintió bien; confortable y querido, me
sentía en casa.
La insté a prepararse para una salida
sin rumbo fijo, lo cual no era del todo cierto, ya que conocía el final pero no
el trayecto; nunca había ido al otro lado de la ciudad.
Era todo diferente, desde el hecho que
íbamos a viajar en automóvil; por calles que ambos desconocíamos pero que lo
haríamos juntos, entonces se sentía bien, era algo que definitivamente
repetiría en el futuro cercano.
Notaba que estaba un poco nerviosa, no
paraba de hablar, pero no le di importancia, sabia en un rato se le pasaría; la
comida siempre era lo mejor.
He de decir que me perdí, y ¿cómo lo
supe?, pues lo que suponía ser un viaje de una hora, acabo siendo de cinco
horas, pero lo logré, y las horas que estuve perdido, no lo hice solo, lo hice
en compañía y valió la pena cada segundo.
Trate de estacionarme bajo la alas de
un árbol, y para mi sorpresa pude encontrar un árbol de cerezo; su favorito. El
cielo oscurecido era nuestro techo, y las luces de los edificios las lámparas
que nos acompañaban con su luz, si acaso le podía pedir algo más al destino
para que fuera perfecto, no hubiese podido, todo estaba tal cual o mejor.
Nos sentamos sobre el techo del carro
para comenzar a comer. Había preparado algo no tan complicado pero delicioso y
de su fascinación; una lasaña como plato fuerte y de postre un flan con
caramelo, sabia iba a conquistar su paladar con eso.
Y así fue, cada bocado que fue dando
era ver el manjar que sus papilas gustativas disfrutaban reflejado en su
rostro, que por un momento pensé estaba disfrutando más de la comida que de mi
compañía.
– Pensé en comprarte algo, pero no creí
me llevaría tanto tiempo los preparativos y no tuve tiempo de hacerlo–. En
verdad quise hacerlo, quería que tuviera algo con lo que siempre me recordara y
aliviara su ser cuando no estuviese con ella.
Sus ojos me contemplaron por muchos segundos
que se sintieron horas, sabia no le importaba si no le había llevado nada, pero
no tenía idea de lo que sus palabras iban a causar en mi cuando habló. – Si me
has dado algo, y no me refiero a la comida, o al viaje en sí, sino que me has
dado algo que vale más que cualquier cosa; tú tiempo algo que para mí vale
oro–. Se puso en pie, y se acercó a mí, acortando la distancia que nos
separaba, sentándose a mi lado; junto a mí, dándome un abrazo logrando calentar
mi cuerpo, pero más que eso, logrando calentar mi alma, y con la ciudad debajo
de nosotros totalmente iluminándonos, siendo participe de nuestro viaje y
nuestros secretos, devolví el abrazo pero no por el hecho de solo hacerlo, sino
porque no quería que se separara de mi lado.
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