@chiara Bautista art |
– Segunda Luna –
El tiempo se detuvo, pues el Señor Lobo ya no era un animal sino un humano; pero inmóvil, los sonidos que hacia la leña al quemarse, se habían detenido al igual que las llamas. Levanté mis manos del pecho de mi Humano, para comprobar que era la única en movimiento. La verdad golpeó mi estómago, como si una patada hubiese sido. Miraba hacia todos lados frenéticamente, sin enfocarme exactamente en algo en particular, sino en modo automático, algo que me hiciera salir de este estado, que me hacía respirar más oxigeno del que ocupaba, pues sentía que me era insuficiente, los latidos de mi corazón amenazaban con salirse de mi pecho, de lo rápido que latía, mi cuerpo entero comenzó a sudar helado, quería gritar y no podía, el sonido de mi voz estaba atorado en mi garganta, haciéndome fruncir los músculos de mi rostro. Quería que mi Humano me mirase y dijese que todo estaba bien, pero él no podía, era como si no existiese. ¿Qué era esto?, ¿¡Qué era..!?
Escuché pasos que provenían de afuera; del bosque, pero dentro nada se movía, solo mis manos, y mi cuerpo, pero no podía ponerme en mí, mis piernas estaban paralizadas del terror. La puerta se abrió, y mi corazón amenazó con salirse de mi pecho nuevamente, si acaso podía respirar más rápido lo hice. Me comenzó a doler el cuerpo, ya que no me había dado cuenta que lo tenía tenso.
Quien fuese lo que había entrado en la cabaña, estaba dentro ya y acercándose a mí, a pasos firmes pero sin prisa.
Me ardía la garganta, tratando de lanzar un grito mudo, mis ojos comenzaron a ver borroso, pero solo por el acúmulo de mis lágrimas ante el temor a lo desconocido.
-¡Cálmate Kau!, soy el Señor Tiempo.-
Y solo entonces, el alma me volvió al cuerpo. Comencé a respirar como lo hacía cualquier otra persona, mi corazón dejó de correr a gran velocidad, y pude al fin relajar mis músculos y ponerme en pie. Hice un barrido visual por toda la sala de la cabaña pero no encontré al dueño de la voz.
-Solo he venido porque he tenido curiosidad, de ver como disfrutas del préstamo que te hice.- no entendí sus palabras, pues nunca le había pedido tal cosa.
-Este Humano que ahora vez, solo está aquí por un permiso que le concedí, recuerda que murió siendo un conejo hace un tiempo atrás.- no daba créditos a sus palabras, tenía que estar mintiendo, no podía hacer eso.
-Él no debería estar aquí, y sin embargo lo está, pero solo porque lo permito y le concedo un tiempo que ya no le pertenece, así que disfruta el tiempo que vivan juntos, porque así como está ahora aquí, así mañana podría no estarlo.- y las llamas volvieron hacer crujir la leña, como así lo hicieron las palabras del Señor tiempo.
Mi Humano se acercó hasta donde yo estaba, lo veía caminar apenas vestido con un pantalón de chándal gris, y no daba crédito a lo que mis ojos observaban, quería avanzar hacia él, y acortar los pocos centímetros que nos separaban, abrazarlo y besarlo hasta ya no sentir que tenía labios, pero la verdad escuchada aun golpeaba mi entristecido corazón.
-¿Luz de mi alma, que te pasa?- acunó mi rostro entre sus grandes manos, sus ojos café oscuro delataron la preocupación en ellos tatuada.
Me perdí en sus ojos, que armonizaban con su rostro; delgado, blanco, que lo adornaba un sinfín de pecas, que me invitaban a querer besarlas cada una, lo que provocó que sonriera ante tan vano pensamiento.
Sus labios también dibujaron una sonrisa en respuesta, unos grandes y carnosos labios rosados que me invitaban a querer estrenarlos y devorarlos, pero que solo pude elevar mi mano y con mi dedo índice dibujarlos, dejándome el placer de sentir la suavidad más grande, pero quería probarlos con los míos también y comprobar que fuesen suaves, tanto así que compitieran con la textura de la seda.
Acuné su cara entre mis manos, y me maravillé de la textura única de su rostro ante mi tacto. Cada peca era posible palparla, y así lo hice con cada una de ellas, acaricié sus pocas pero perfectas cejas, que le daban un marco adecuado a su rostro, bajé por su aristocrática nariz, la cual también tenía esas hermosas pecas y volví a sus labios, sin pensarlo lo acerque a mí; a mis labios para comprobar mi teoría de suavidad.
¡Oh Dios bendito! ¡Sí que eran suaves!, ni la más fina de las sedas se les podía llegar a comparar, era un manjar besarlo, sentirlo sobre mis labios; lento y rápido, suave y duro. Al mismo tiempo una de mis manos, bajó entre nosotros, para depositarse en su pecho, permitiéndome acariciarlo con las yemas de mis dedos, mientras la otra mano; ahora yacía en su espalda, que bajaba y subía palpando cada musculo con el que había sido dotado.
No quería separarme; dejar de hacer lo que estaba haciendo, tan solo quería que el tiempo no siguiera su curso, y quedarme estancada en este día, pero por algo había venido Señor Tiempo a recordarme que el tiempo de Señor Conejo, Señor Lobo y mi Humano era prestado, y solo debía disfrutar cada segundo como si fuese el ultimo.
No puede evitar suspirar durante mi beso, además de buscar un poco de aire, y darle un alivio transitorio a mis labios. El rostro de mi Humano era un poema; una mezcla entre el disfrute y gozo de las sensaciones que conllevan a un beso, como la falta de aire y su creciente muestra de deseo entre sus piernas.
No fue necesario que bajara mi mirada para comprobarlo, ya antes lo había sentido crecer. Me volví a pegar a su cuerpo, para abrazarlo y dejarme abrazar, acomodé mi rostro debajo del suyo, a la altura de su cuello, y comenzamos a movernos al compás de la lenta melodía que provenía del estéreo.
Nos dieron la diez de la noche, las llamas de la chimenea ya no eran de gran magnitud, sino por el contrario apenas y daban luz; la única de la cabaña. Tendidos sobre una alfombra azul yacíamos los dos, sin prisa a movernos, aunque debíamos ya que ambos teníamos hambre y no solo de calor mutuo podíamos continuar, pero entre elegir saciar el hambre a dejar la calidez de su cuerpo, el hambre podría esperar un poco más.
Cuando al fin nos dimos por vencidos a causa del hambre, me di cuenta que de algo, él no paraba de comer, era como si lo que tuviese enfrente sobre su plato fuera insuficiente y solo paró cuando hice la observación, al parecer él también lo notó extraño, pero no le dimos importancia alguna.
Cuando la noche cayó sobre nosotros, no así lo hizo el sueño, sin embargo si nos dispusimos a recostarnos en la cama que estaba en el cuarto principal de la cabaña. El color madera predominaba en todos lados, pero habían plantas verdes que hacían contraste y focos que iluminaban partes oscuras, dando un ambiente de paz.
Me quité la ropa y me subí a la cama, metiéndome entre las sábanas blancas, mi Humano hizo lo mismo, para encontrarse conmigo recibiéndolo con los brazos abiertos. Sentirlo sin nada de barreras textiles entre nosotros, era algo para recordar. No solo sus labios eran suaves, el resto de él también lo era así. Mis manos fueron palpando cada parte de su cuerpo, como si fuera un texto para personas invidentes, el cual anhelaba por leer, guardando memoria de cada curvatura de sus músculos, de cada estremecimiento que percibía de él por mi tacto, sencillamente era un manjar para mis sentidos tenerlo así.
Lo apreté más a mí, temiendo lo peor; que de pronto Señor Tiempo me lo arrebatara. Sabía que llegaría el fatídico día, pero no debía traer a mi mente cosas tan oscuras; que entorpecieran nuestro momento.
El sueño al fin nos invadió, y vi como él se giró para quedar de espaldas a mí, contrario a que me molestase dicha acción, me fascinó, porque me pegué a su espalda apoyando mi cabeza justo en el hueco que se le formaba entre sus omoplatos musculosos, se sintió como si fuera un rompecabezas, cuando encuentras las piezas que encajan perfectamente.
Él se durmió primero. Su respiración era más pesada y pausada. Yo sin embargo seguía disfrutando de la sensación de tenerlo así junto a mí, de poder escuchar los latidos de su corazón, un corazón el cual no era mío aun, ya que no lo había encontrado, porque cuando se encuentra algo; que es difícil de hallar, le pertenece a quien lo ve primero pero solo porque se ha dejado ver.
Sé que tenía un corazón el cual podía encontrar, pero el camino era largo para demostrar que valía la pena, dejarlo enseñar y así confiarme algo tan preciado para él.
Solo esperaba poder hallarlo antes de que Señor Tiempo le pusiera fin a todo.
Al parecer lo único que ocupaba era tiempo y nada más.